Camisas de arpillera, hombres recios bebiendo de cuernos, ferias medievales con decorados de cartón piedra… Tal vez, leer hidromiel le evoque imágenes como las anteriores, pero detrás de la bebida alcohólica fermentada más antigua que conocemos hay mucha historia.
Algunas pinturas rupestres halladas en Barranco Gómez (Castellote, Teruel) y las Cuevas de la Araña (Bicorp, Valencia) ilustran que 8.000 años atrás, por lo menos, los habitantes del levante ibérico recolectaban miel, atontando a las colmenas con humo y encaramándose a los árboles de las que pendían; deporte de riesgo. Todavía son más antiguos los restos de hidromiel encontrados adheridos a tinajas en el yacimiento arqueológico de Jiahu, en la provincia de Henan, este de China, y sabemos que esta bebida se consumía también por culturas tan dispersas en el tiempo y el espacio como las que habitaron Mesopotamia, la América precolombina y buena parte de África subsahariana. Y, sí, romanos, griegos y aguerridos vikingos fueron consumidores de esta mezcla de agua y miel que, muy probablemente, fermentaría de forma espontánea cuando nuestros ancestros cavernícolas empezaron a recolectar miel.
«Cada vez más cocineros deciden incorporar el hidromiel en sus cartas, tanto como un ingrediente más, que como una bebida con gran potencial en maridajes»

Cómo esta bebida, poco y mal conocida, vive un auge en muchos restaurantes gastronómicos de toda España es un asunto muy distinto, que está relacionado con la búsqueda de nuevas propuestas en sumillería y con la mirada atenta a la proximidad y la sostenibilidad de muchas cocineras y cocineros, quienes apuestan por el hidromiel no solo como bebida, sino también como un ingrediente más de sus platos.